Prólogo.
Catedral de San Paul, Martes
1 de Septiembre de 2004, 3:15 am.
Una joven mujer transita las calles frías y húmedas de Londres
esperando conseguir su sustento diario, la soledad de esa noche acompañaba a
las únicas almas presentes en el lugar. La catedral de San Paul es majestuosa,
pero en el crepúsculo del tiempo su majestuosidad se vuelve tiniebla,
incertidumbre y miedo; sin embargo para quienes están urgidos de dinero, se
vuelve el ambiente perfecto para trabajar, incluso para los que solo quieren
tener más. Una dama hermosa de cabello castaño claro, ojos azules, figura
esbelta, piernas perfectamente delineadas y un rostro perfilado se encontraba
frente a la catedral, era una mujer de clase y eso se notaba ab initio. ¿Por
qué una mujer así terminaría en ese mundo?, no importa, la verdad mucha gente
tendría pánico de hablar con una mujer como ella en otras circunstancias, que
bueno que las circunstancias me favorecen, pues sé quién es en realidad, su
reputación la precede y era menester de mi persona conocerla y hablar con ella,
aunque en el fondo siempre busco algo más. Me acerqué y vi que sacó un
cigarrillo, no perdí tiempo mientras me aproximaba e inmediatamente le ofrecí
fuego para encenderlo, su olor era celestial, se notaba que apenas comenzaba su
jornada, vaya fortuna la mía, poder conseguirla en ese estado tan puro, sobrio,
un estado en el que resulta imposible resistírsele.
-Muchas gracias guapo- me dijo y me guiñó un ojo
-De nada Señorita, es un placer ayudar a una dama tan hermosa como
usted-
-¡Vaya!- dijo algo sorprendida-aún quedan caballeros en Londres,
¿Cuál es su nombre?, hombre del encendedor
-¿Mi nombre dice?, Señorita, yo soy un sujeto cuyo nombre es
difícil de entender, pero fácil de aprender, sin embargo creo que mi nombre no es
lo importante, si no el suyo mi querida damisela- tomé su mano y la besé
-Eres un verdadero encanto londinense- me dijo mientras dejaba ver
su pierna por el escote de su falda- mi nombre es Jenna y creo que usted sabe
como complacer a una dama como yo- me acarició el abdomen mientras lo dijo
-¿Yo?, así es- dije con un tono misterioso -la pregunta es: ¿sabe
usted complacer a un hombre cómo yo?
-Dígame cómo- me dijo de forma erótica al oído
-Grita-
-Puedo gemir si eso quieres- continuó
-No, quiero que grites- hice una breve pausa mientras la tomaba
por el cuello -que grites de dolor.
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